CASTELLO DE RUGAT La herencia del barro
En medio de un valle blanco, donde predomina la claridad, un pueblo pone la nota de color a la comarca. Castelló de Rugat y su tierra roja y arcillosa, ha hecho de esta condición un modo de vida. Así, Castelló hizo de la alfarería primero, y de la industria de la baldosa después, su principal fuente de ingresos. La producción de jarras fue tan importante para este pueblo de la Vall d'Albaida que incluso le cambió el nombre para pasar a denominarse Castelló de las Jarras. Ahora, muchos años después, este color pasional que impregna las tierras de los castellonenses es uno de los motivos per visitar este pueblo valldalbaidino. Pero, junto con la herencia del barro, también destacan en Castelló de Rugat la ermita de Sant Antoni y su fiesta, y la calle Canyeta. Tres razones por las cuales no debes de dejar de visitar esta población, si todavía no lo has hecho.
HISTORIA
Los primeros testimonios de ocupación del territorio que hoy conforma Castellón de Rugat se encuentran en las cuevas de Llopis y del Pany, datados en el Eneolítico. También se encontraron restos de esta cultura en varios puntos del término como Ofra, el Planet, la Lloseta, etc. Testimonios de la edad del Bronce Valenciano son los poblados encontrados en la Buitrera, l’Algebassó y la Penya Blanca. Con respecto a la época romana, se han encontrado yacimientos a lo largo y ancho de todo el término, destacando por la gran cantidad y diversidad de restos el reciente hallazgo de una villa romana en la partida de Ofra así como los realizados en el Lauro. Otros yacimientos de esta época pueden encontrarse en el ”Xarxet”, ”Marxillent”, ”Camí Llutxent”, etc. La Reconquista de este territorio llevada a cabo por el Rey Jaime I de Aragón no resultó fácil por la dura resistencia opuesta en esta zona por el caudillo musulmán Al Azraq causando incluso varias bajas entre los caballeros del Rey. Una vez lograda por parte de los cristianos este territorio paso a formar parte de la Baronía de Rugat, concedida a los Señores de Bellvís hasta que el año 1499 fue adquirida por el Duque de Gandía, pasando a formar parte de los estados de los Duques, que incluso mantuvieron en el pueblo un palacio, del cual se conservan algunos restos del edificio. Los pobladores de Castellón, que a partir de entonces se denominó del Duque, eran de su mayoría moriscos. Por esto, cuando Felipe III ordenó la expulsión de los moriscos en 1609, Castellón se quedó prácticamente despoblado y sus tierras abandonadas. El Duque de Gandía, Carlos de Borja y Centelles, redactó, en 1611, una Carta puebla por la cual se regiría la donación de las posesiones dejadas por los moriscos y las condiciones que deberán cumplir los nuevos pobladores con el Duque, perdurando esta relación de señor y vasallos hasta la abolición de los señoríos, promulgada por las Cortes de Cádiz en 1812.