EL PALOMAR Paraje y fiesta del chopo.
Si por algún motivo es conocido el municipio de Palomar en la Vall d'Albaida y más allá de nuestras fronteras, es por su particular y genuina fiesta del chopo. Este ejemplar es para Palomar mucho más que un árbol, es un símbolo que lo identifica como pueblo. No podíamos hablar de este municipio de poco más de 580 habitantes y no hacerlo de la suya ‘Plantá del chopo’. Un motivo que sumado al Castell de Carrícola, aquel que vigila el término de Palomar con el nombre de otro municipio, y la Font del Sis, te invitan a visitar esta localidad valldalbaidina para pasear y descubrirla.
HISTORIA
En el siglo XIII fue cuando los historiadores consideran que se fundó y consolidó El Palomar. Con la conquista de Jaume I, estas tierras caen en manos de los cristianos. Los nuevos pobladores eran labradores y ganaderos catalanes que, en el momento de la fundación, adoptaron el nombre que los musulmanes aborígenes le dieron a estas tierras (al Palombar) pero catalanizándolo (El Palomar). La repoblación fue un proceso largo y complejo que se prolongó durante toda la etapa medieval. Entre 1276 y 1277 se produce una situación crítica que pone en peligro el éxito de una colonización inicial basada en la línea de nuevas vilas fortificadas. Las poblaciones cristianas de la ruta Xátiva-Cocentaina-Xixona registran en estos momentos un alto grado de absentismo como consecuencia de los peligros de la revuelta sarracena y del precario arraigo de los primeros pobladores. El abandono de muchas tierras por parte de los beneficiarios de los primeros repartos permitirá la llegada de nuevos colonos, esta vez con intención de encontrar tierras de cultivo y de asentarse definitivamente. Es entonces cuando la huerta del Palomar sufre los efectos de la deserción masiva y muchas de sus parcelas se quedan sin propietarios circunstancialmente. A partir de 1278-1279 se pretende paliar esta situación con nuevas concesiones, fundando pueblos y villas. Se detecta entonces cierta tendencia de los habitantes de las vilas a abandonar los recintos amurallados y establecerse en las huertas, aprovechando la llegada de la paz. Aun así, antes de la revuelta algunos colonos del vecino núcleo de Albaida ya se habían establecido en la huerta del Palomar y, por eso, vuelven ahora que la situación se ha pacificado. De esta forma, a las viejas familias que poseían tierras desde 1248 se unen a unos recién llegados atraídos por la refundación de nuevas vilas. Con este proceso, se instalan en estas tierras labradores, más sedentarios, interesados en asegurarse un patrimonio familiar para sobrevivir y transmitirlo a sus descendientes. Son los verdaderos colonos, principalmente catalanes, y su llegada se verá favorecida por unos nuevos monarcas y unas décadas de paz relativa y notable prosperidad y expansión económica. En este contexto se situó el establecimiento de la nueva alquería cristiana del Palomar. El núcleo primigenio ocupó tierras de regadío y creó un único núcleo en medio del recinto verde que cerraba la doble acequia. La huerta del Palomar y su acequia fue el elemento que dio vida a la población, además de ser un elemento de cohesión y dotar a los pobladores de un sentimiento de colectividad. El primer documento que hace mención al Palomar data de 1327. Es una escritura de venta de tierras otorgada a Huguet Çesplugues (el primer palomarense que se conoce) en favor de un comprador albaidino. Se habla aquí de una alquería del Palomar, situada dentro del término de la vila cristiana de Albaida, poblada por cristianos. Durante el siglo XIV, la alquería creció hasta merecer la calificación jurídica y usual de “lugar” del Palomar. Aun así, los primeros palomarenses dependían para casi todo de la vila de Albaida. Este primer El Palomar es una pequeña comunidad campesina, un conjunto de casas habitadas por labradores dedicados a la agricultura y la ganadería. A finales del siglo XVI, los palomarenses muestran sus primeros deseos de independencia. Es el 15 de diciembre de 1603 cuando D. Cristóbal II de los Milá y Aragón, cuarto conde de Albaida y primer marqués, promulga un privilegio por el que segregaba el lugar del Palomar de la vila de Albaida, la erigía en universidad y le daba la categoría de baronía. Es en estos momentos cuando llega al Palomar la orden cristiana de los dominicos, de la que se conserva la casa dels Frares. Esta universidad del Palomar estaba formada por un poblado dedicado ya poco a la ganadería. Comienzan entonces las actividades artesanales y surgen los oficios de panadero, carpintero, carnicero, hostalero, obreros, tejedores de sábanas e, incluso, fabricantes de pólvora. Como universidad, el Consejo del Palomar reivincida enseguida la construcción de un nuevo templo. El Consejo se reúne en la Sala del Consejo (antiguo Ayuntamiento restaurado recientemente) y dota al Palomar de una bandera, un sello y un tambor de guerra, además de crear y consolidar las fiestas. En el siglo XVIII, con el decreto de Nueva Planta, El Palomar pasa de Consejo a Ayuntamiento, lo que provoca muchos problemas con el marquesado de Albaida por el reparto del derecho de cuartel, la conducción del ganado, el impuesto del equivalente y de la pechada, la contribución palomarense a la deuda de la vila de Albaida anterior a la segregación, el agua de la acequia del Puerto o la delimitación de los términos jurídicos, entre otros. Durante el siglo XVIII, Palomar participó del movimiento de expansión económica y demográfica y prácticamente duplicó su población. Las diferencias sociales estaban al orden del día. Pero la evolución de la población pasó por instantes traumáticos, como se puede observar en el siglo XIX, por la Guerra de la Independencia española guerra del Francés y la epidemia de cólera de 1834-1885. Aunque en la segunda mitad del siglo incrementó su población. A lo largo de todos estos siglos, la existencia de los palomarenses discurrió según la monótona sucesión de las estaciones. Los trabajos agrícolas que les acompañaban marcaban el ritmo vital y daban a los habitantes de esta pequeña población una mentalidad marcadamente campesina: la inmensa mayoría de los palomarenses eran agricultores. Esta situación se mantiene hasta entrado el siglo XX, cuando poco a poco la localidad se industrializa y urbaniza hasta convertirse en lo que es hoy en día.